Los últimos guardianes de las lenguas indígenas frente al COVID-19

Amadeo García, Pablo Andrade, Juana Rodríguez o María Ramírez son los últimos representantes de lenguas como el taushiro, el ocaina, el iskonawa o el yaminahua. Son algunos de los rostros humanos de las lenguas en extinción. Una realidad que preocupa, y mucho, al colectivo de lingüistas porque, si fallecen los ancianos de los pueblos originarios, estaremos frente al escenario lingüístico más devastador de nuestra época. Veremos extinguirse un sinnúmero de lenguas.

Foto: Carolina Rodríguez

Foto: Carolina Rodríguez

Por: Carolina Rodríguez y Bruna Franchetto

13:50|28 de abril de 2020.- La vulnerabilidad de los pueblos indígenas frente al COVID-19 se ha planteado desde diferentes ángulos que resaltan no solo su perfil epidemiológico altamente sensible, sino también la precaria situación del sistema de salud local que los atiende. Sin embargo, poco se ha dicho sobre los ancianos quienes presentan una fragilidad aún mayor a contraer el virus y tener complicaciones mortales. Como lingüistas sabemos que la muerte de los ancianos es también la desaparición del legado de sus lenguas, por lo que creemos importante alertar sobre este riesgo al que nos enfrentamos.

Cuando las noticias sobre el coronavirus llegaron hasta las tierras indígenas, bastante después de que se confirmaran los primeros casos en las ciudades, muchos ancianos decidieron salir de la zona poblada en sus comunidades y aislarse en sus chacras o fueron alejados de las ciudades para que se retiraran a las comunidades. Esta estrategia de sobrevivencia, que ahora todos conocemos bajo los lemas #YoMeQuedoEnCasa (Perú) y #FicaEmCasa (Brasil), es bien conocida por ellos, ya que sus antepasados hicieron lo mismo frente a otras enfermedades traídas por foráneos repetidas veces a lo largo de su historia. Los recuerdos de las epidemias del pasado narrados por los ancianos han guiado el pensamiento de los líderes jóvenes que no vivieron estas terribles experiencias para tomar la decisión de cerrar sus comunidades y así evitar la propagación del virus al interior de ellas.

Los ancianos indígenas atesoran alrededor de 350 lenguas de los pueblos originarios en la Amazonía y muchas otras más en las tierras bajas de América del Sur. Varios de ellos saben no solo una sino varias lenguas y gozan de gran prestigio en las poblaciones de alta vitalidad lingüística, ya que, al ser lo de más antiguos hablantes, han acumulado conocimientos a lo largo de su vida. En otros casos, son los últimos guardianes de las lenguas, de las cuales son sus únicos hablantes.

En Perú, hace 60 años, la lengua Iskonawa sobrevivió a un embate que diezmó a su pueblo, cuando los ancianos comenzaron a morir a causa de enfermedades desconocidas luego de los contactos sostenidos con foráneos. Hoy solo cinco ancianos, que tienen en promedio 70 años, sobreviven en la cuenca del río Callería (Ucayali) para contarlo. Así el recuerdo de su lengua se entreteje con historias de las pérdidas de sus familiares, pero también con la esperanza de que sus hijos y nietos reciban la palabra que ellos les quieren dejar antes de partir. La revitalización del Iskonawa actualmente en marcha no sería posible sin ellos y su empeño en recordar y encabezar el camino para retomar la lengua.

En Brasil, Eufrásia, residente de las afueras de Corumbá, y Vicente, un astuto ermitaño en la desembocadura del río São Lourenço, también tienen alrededor de 70 años y son los últimos descendientes Guató que recuerdan la única lengua indígena que sobrevivió en el humedal brasileño, al lado de la frontera con Bolivia. El Guató es una lengua aislada que los lingüistas comenzaron a documentar con la desesperación y el entusiasmo de una emergencia. Después de décadas sin hablar en Guató, y tener solo su lengua en recuerdos, el Guató ha resurgido emocionando a los jóvenes que solo sabían palabras sueltas y congeladas por escrito en papel.

En los últimos años, los lingüistas hemos juntado esfuerzos para la revitalización y rescate de las muchas lenguas que estaban sucumbiendo a ser devoradas por la violencia estructural ejercida por las instituciones y las lenguas de las sociedades nacionales durante décadas. Los ancianos son el pilar de todas las medidas que buscan retomar las lenguas indígenas; son el sostén más fehaciente de una comunidad lingüística que todavía tiene probabilidad de continuar caminando. Estos hombres y mujeres, con la sabiduría de sus años, están acogiendo a quien quiere saber, quien quiere hablar. De esa manera, saber y hablar son fuerzas que se atraen y nos permiten comprender cómo los conocimientos de los pueblos originarios están íntimamente cifrados en sus lenguas.

¿Qué ocurrirá si los ancianos de los pueblos indígenas, población más vulnerable entre los más vulnerabilizados, se contagian de COVID-19? Sin lugar a duda, estaremos frente al escenario lingüístico más devastador de nuestra época porque veremos extinguirse un sinnúmero de lenguas junto a sus últimos hablantes. Los puentes intergeneracionales que se intentaban construir para transmitir las palabras, las distintas formas de habla y cientos de procesos de revitalización organizados por pueblos indígenas, con el apoyo de los Estados y organizaciones internacionales, no habrán valido de nada. Por esta razón, entre otras, exigimos que los gobiernos activen urgentemente estrategias de contención del virus. Estas deben contemplar la atención focalizada en los ancianos por su alta vulnerabilidad, con una pertinencia cultural y lingüística. De no ser así, seremos testigos de un nuevo glotocidio.

* Carolina Rodríguez Alzza, lingüista y antropóloga, docente del Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Perú / Bruna Franchetto, lingüista y antropóloga, profesora titular de los programas de Posgraduación en Antropología Social y Lingüística de la Universidad Federal de Río de Janeiro.

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