Tarcila Rivera: El fuego de la tierra

De niña fue empleada doméstica, explotada y humillada. Tarcila Rivera superó la discriminación y se convirtió en una voz respetada sobre la problemática indígena en el Perú y el mundo. Acaba de ser elegida miembro del Foro sobre Cuestiones Indígenas de la ONU.

Tarcila Rivera integrará el Foro Indígena durante los  próximos tres años.

Tarcila Rivera integrará el Foro Indígena durante los próximos tres años.

Lo que más sorprendió a Tarcila Rivera cuando pisó por primera vez la oficina de las Naciones Unidas en Ginebra, Suiza, en 1988, no fue la arquitectura del edificio ni la impresionante variedad de representantes indígenas llegados de todas partes del mundo. Lo que más la sorprendió fue que en la sala donde se estaba debatiendo la redacción de la Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, la discusión era completamente en inglés. Ella no entendía nada y, por lo que vio a su alrededor, muchos otros indígenas tampoco.

–¿Ustedes entienden?– les preguntó a unos mexicanos que llevaban grandes sombreros encima. Le dijeron que no.
–¿Y cómo están haciendo?
–Pos estamos nomás– le contestaron.
Tarcila pidió la palabra y le dijo al conductor del debate, un cubano, que ella quería aportar pero que necesitaba que la ayudaran a traducir su texto al inglés. El funcionario le dijo que tendría que buscarse un traductor. Y así lo hizo.
En el intermedio de la sesión se le acercaron unas indígenas canadienses, altísimas, de la etnia Mohawk. Le dijeron que les parecía increíble que muchos representantes no entendieran lo que se estaba discutiendo y que no regresarían a la sala hasta que Naciones Unidas consiguiera un intérprete. Tarcila aceptó unírseles y lo mismo hicieron el resto de latinoamericanos.
El boicot surtió efecto. Trajeron un intérprete para el resto de la sesión y para todas las sesiones siguientes.  Tarcila Rivera pudo así exponer sus propuestas. Se estaba redactando un párrafo sobre el derecho de los pueblos indígenas a mantener la propiedad de sus tierras en caso de verse desplazados por conflictos armados. Tarcila explicó lo que estaba ocurriendo en el Perú en ese momento: no había una guerra entre dos naciones, pero sí un conflicto interno, que para entonces se había cobrado la vida de más de 15 mil indígenas. Y la Declaración también tenía que preservar la propiedad de esas personas.
El aporte fue incorporado. al texto oficial. En un lugar tan alejado del Perú, al otro lado del mundo, una humilde ayacuchana, ex empleada doméstica, que hasta los 10 años  solo hablaba el quechua, había hecho escuchar su voz.

Humillada y ofendida

«Ahí está la Ojo de Vaca» «¡Ojo de Vaca!» «¡Ojo de Vaca!».
Sus compañeros de la escuelita fiscal del Callao eran crueles pero Tarcila nunca permitió que supieran que le estaban haciendo daño. Su rostro no reflejaba ninguna emoción, aunque por dentro lo único que quería era salir corriendo y llorar, llorar a gritos. Algunas veces se quedaba mirándose en el espejo o se iba al establo cercano de la casa donde vivía con su padre, en una barriada al borde del río Rímac, a ver los ojos de las vacas. Eran grandes y bonitos, ¿por qué la molestaban así?
A los nueve años, su madre la había enviado a Lima desde Pujas, un pueblecito de la provincia de Vilcashuamán, Ayacucho, para que le hiciera compañía a su padre, que trabajaba en la hacienda Bocanegra. Un año después entró al colegio y aunque ya había aprendido a hablar el castellano, su acento y sus pelos rebeldes no la libraron de las burlas de sus condiscípulos. Los niños eran crueles.
Pasó la adolescencia estudiando y trabajando como empleada doméstica en varios hogares. Conoció el desprecio de los limeños hacia los ciudadanos del Ande (y de la Amazonía). Conoció la explotación. Supo lo que era comer las sobras que dejaba la familia a la que servía y vestir las ropas viejas que ya nadie quería usar. Trabajar a cambio de «casa y comida». Solo una pareja de ancianos de Miraflores la trató con cariño y respeto, hasta que se murieron.
Gracias a su buena ortografía y redacción consiguió un puesto de secretaria en el Instituto Nacional de Cultura (INC). Trabajó allí más de diez años. Aunque fue ascendiendo y consiguió becas de estudios en Argentina y en Roma, nunca dejó de ser vista por alguna gente como «la india», «la churrupaca» de la institución. Con los años, ella había forjado un escudo que la protegía –o, al menos, eso le gustaba pensar– de las agresiones. Ante la discriminación, ella solo opuso fuerza de voluntad y trabajo.
Curiosamente fue su condición de indígena lo que hizo que en 1980 la dirección decidiera enviarla como representante del INC a un congreso del movimiento indígena internacional en Cusco. Fue un descubrimiento. El evento no hizo más que reforzar su identidad, al punto que un tiempo después Tarcila dejó el INC para incorporarse al Consejo Indio de Sudamérica.
En 1986, junto a un grupo de compañeros del movimiento, fundó Chirapaq, Centro de Culturas Indígenas del Perú.
Había encontrado su lugar, su misión en la vida.

Preservar la cultura

Durante treinta años, Chirapaq ha trabajado promoviendo la continuidad del conocimiento indígena peruano. Comenzó en una época en la que no solo el conflicto interno sino la propia discriminación centralista amenazaban con sepultar este conocimiento en el olvido. Su primer objetivo fue impedirlo.
En estas tres décadas han enfocado su labor en asuntos como la mejora de la nutrición de los niños indígenas usando productos tradicionales, la afirmación de la identidad cultural de estos chicos y la participación de la mujer indígena en la política.
Tarcila dice con orgullo que el programa de afirmación de la identidad cultural permitió que, por ejemplo, muchos niños volvieran a hablar el quechua y terminaran siendo intérpretes de sus abuelos a la hora de gestionar los servicios de ayuda social del Estado. Tania Pariona, electa congresista por Ayacucho el pasado 10 de abril, es «hija» de este programa.
Pero su trabajo no se ha circunscrito al país. La voz de Tarcila se ha hecho escuchar en diversidad de foros internacionales en donde se tomaban decisiones que afectaban a los indígenas del mundo. En conferencias sobre la discriminación y el racismo, sobre el desarrollo sostenible, sobre la diversidad biológica y sobre el cambio climático. De hecho, la lideresa ayacuchana también participó en la creación del Foro Permanente sobre Cuestiones Indígenas de la ONU, en el año 2000, un espacio para examinar los problemas de las poblaciones indígenas y proponer soluciones.
No han faltado organizaciones nativas que la han criticado. ¿Quién era ella para irrogarse la representatividad de los indígenas peruanos? ¿Quién la había elegido? Tarcila siempre explicó que nunca intentó fungir de su representante. Su única preocupación fue formular propuestas para mejorar su situación. Su trabajo siempre habló por ella.

Reconocimiento global

En los últimos cinco años la labor de Tarcila ha sido reconocida internacionalmente. El 2011 la Fundación Ford le concedió el Premio Visionario por su labor en defensa de los pueblos y las mujeres indígenas en el Perú y el mundo.
Tres años después, la Fundación Fuego Sagrado de los Estados Unidos le otorgó el Premio a la Sabiduría, un galardón que se entrega a los hombres y mujeres que promueven la afirmación de la identidad y los derechos de las comunidades indígenas.
Y este año, el miércoles 6 de abril, fue elegida miembro del Foro Permanente sobre Cuestiones Indígenas, el mecanismo de la ONU que ella ayudó a crear hace 16 años. Como lo hizo la primera vez que llegó a las Naciones Unidas, en 1988, Tarcila expondrá ante el mundo lo que se debe hacer para mejorar la situación de sus hermanos, de nuestros hermanos. Esta vez, a diferencia de aquel día en Ginebra, no habrá problemas para hacerse escuchar. Su voz resonará clara y fuerte.
__________________

Artículos relacionados

Casos confirmados de COVID-19 en la Amazonía Peruana

https://www.caaap.org.pe/2020/COVID19/Agosto/Actualizacion-covid19--02-agosto.jpg

Ud. es el visitante N°

Facebook

Correo institucional CAAAP

Archivos

Pin It on Pinterest