Comunidades, y no financiadores, deben gestionar los bosques

Este es un artículo de opinión para IPS de Isaac Rojas, coordinador del Programa de Bosques y Biodiversidad de Amigos de la Tierra Internacional. Un nuevo paradigma de conservación de los bosques está ganando terreno, escribe el autor: su “financiarización” y la del clima y los servicios ecológicos que proporcionan a los inversores mundiales. Sin embargo, se trata de una falsa solución que excluye a las comunidades locales e indígenas de los bosques, que son a quienes realmente se debe confiar el mantenimiento de su patrimonio.

Por Isaac Rojas

Integrantes de una comunidad de Costa Rica en el bosque que luchan por proteger. La comunidad demanda el cese de la tala corporativa intensiva y que el área no sea dedicada a la insostenible actividad de la agricultura y los pastos. Crédito: Coecoeiba/Amigos de la Tierra Costa Rica

Integrantes de una comunidad de Costa Rica en el bosque que luchan por proteger. La comunidad demanda el cese de la tala corporativa intensiva y que el área no sea dedicada a la insostenible actividad de la agricultura y los pastos. Crédito: Coecoeiba/Amigos de la Tierra Costa Rica

Revertir la tendencia con respecto a la deforestación y el cambio climático es un desafío grande y complejo: las victorias fáciles no se logran fácilmente.

Sin embargo, mientras entre el martes 2 y el jueves 5 se reúne en la ciudad canadiense de Montreal un importante comité del Convenio sobre la Diversidad Biológica, al parecer, los tecnócratas económicos creen haber encontrado la respuesta: la financiarización de la naturaleza.

En el caso de los bosques, esto significa convertirlos en bienes financieros cuyo valor depende, por ejemplo, de su carbono, como describe un nuevo informe de Amigos de la Tierra Internacional (ATI) sobre financiarización de la naturaleza.

Esto ocurre, a pesar de que no hay pruebas de que financiarizar a los bosques sea una estrategia remotamente eficaz para conservarlos. De hecho, aleja sistemáticamente la conservación de los bosques de las comunidades indígenas y otros pueblos que viven de los bosques, y que constituyen sus acérrimos y más resilientes defensores.

La financiarización de los bosques significa básicamente entregar los derechos de esos bosques a inversores. En algunos casos eso puede provocar su destrucción absoluta, ya que los diversos ecosistemas naturales se convierten en monocultivos.

Comunidades, y no financiadores, deben gestionar los bosques

En otros, puede dar lugar a que los pueblos indígenas que viven de los bosques no puedan cultivar de manera sustentable los productos forestales de los que dependen para su alimento, vivienda, vestimenta, medicinas y, en definitiva, su supervivencia.

El primero es claramente más destructivo que el segundo, pero en ambos casos las comunidades locales son eliminadas de la ecuación, incapaces de participar en el manejo de sus propios bosques y alejadas del patrimonio que les corresponde por derecho.

Entregar el control a las comunidades locales

La solución que funciona y que ha demostrado funcionar una y otra vez en todas partes del mundo es entregar (o devolver) el control de los bosques a las comunidades que los han sostenido desde siempre.

Como establece un nuevo informe de ATI sobre el Manejo Comunitario de los Bosques (MCB) es una forma de describir una serie de prácticas para el manejo comunitario de los recursos, utilizada por los pueblos indígenas y las comunidades locales que dependen de los bosques en todo el mundo.

El MCB es la mejor manera de que las personas y las comunidades se beneficien de los bosques y la tierra sin agotar los recursos naturales ni dañar el medio ambiente. Un creciente cuerpo de investigaciones demuestra que el MCB es una solución fuerte, equitativa e imparcial a la deforestación, la degradación de los bosques, la pérdida de biodiversidad y el cambio climático.

Un meta análisis de estudios de casos que cubre 40 Áreas Protegidas y 33 experiencias de MCB en América Latina, África y Asia concluyó que, en general, las áreas de manejo comunitario presentan una tasa anual de deforestación inferior a aquellas con regímenes de protección absoluta.

El MCB es una política ventajosa desde todo punto de vista, ya que combina la tecnología y los conocimientos ancestrales, descentraliza el poder y la toma de decisiones mediante el respeto de los bosques, recursos y territorios, y la protección y fortalecimiento de los derechos de las comunidades.

Dicho de otro modo, contribuye a la justicia social y económica mientras protege y preserva los bosques. El MCB brinda una gran oportunidad a las comunidades para que ejerzan el control político de sus territorios y recursos.

Pero los beneficios no se terminan aquí. El MCB puede ayudar a mitigar los efectos del cambio climático al reducir la deforestación. Los bosques absorben 2.600 millones de toneladas de dióxido de carbono al año. Es decir, alrededor de un tercio de todo el dióxido de carbono emitido por la quema de combustibles fósiles.

Los bosques también protegen de los eventos climáticos extremos, que se volverán cada vez más frecuentes debido al cambio climático, y ayudan a prevenir la erosión del suelo y las inundaciones que provoca, como forma de proteger los recursos hídricos.

Suena bien, pero entonces, ¿cuál es el problema?

Comunidades, y no financiadores, deben gestionar los bosques

Las prácticas de forestación industrial han destruido nuestros bosques y ello ha tenido un gran costo para las personas y su bienestar.

Cuando los tomadores de decisión de los gobiernos buscan soluciones a la pérdida de biodiversidad y el cambio climático, con mucha frecuencia escuchan a las personas equivocadas. Muchas de las soluciones que proponen y defienden plantean una amenaza directa al MCB.

Algunos enfoques, como el de las Áreas Protegidas utilizado por el Convenio sobre la Diversidad Biológica, a menudo tienen como consecuencia la exclusión de las comunidades de sus territorios.

Además, está el tema del dinero. La cuestión de cómo financiar la conservación de la biodiversidad dio lugar a que muchos tomadores de decisiones de los gobiernos promovieran lo que denominamos la financiarización de la naturaleza.

La financiarización de la naturaleza es una tendencia compleja, que considera que la naturaleza se redefine y divide en elementos que la componen para crear productos, tanto reales como abstractos, con fines comerciales. En teoría, estos enfoques ayudan a la naturaleza al darle incentivos basados en los beneficios para protegerla.

Por ejemplo, la Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación de los Bosques (REDD), un programa supuestamente diseñado para proteger a los bosques, con frecuencia provoca que las personas que viven en los bosques pierdan acceso a sus tierras y sus derechos.

De manera similar, la contaminación o la compensación de la biodiversidad (la idea de que el daño causado en un lugar puede remedirse pagando por la protección de un área en otro lugar) con demasiada frecuencia terminan otorgando una licencia a las empresas para que contaminen o destruyan la naturaleza.

Quienes defienden estas políticas de “crecimiento verde” sugieren que la financiarización puede proteger las condiciones de vida del planeta y perpetuar el crecimiento económico. En realidad, la financiarización profundiza los problemas económicos mientras que los ricos se vuelven más ricos y los pobres más pobres.

Los argumentos acerca de convertir a la naturaleza en una mercancía son tan antiguos como la obra de John Locke. Durante siglos ha existido la preocupación de que reducir la naturaleza a un bien o servicio le quita sus atributos de invalorable e interconectada y reduce a los pueblos indígenas y las comunidades que viven cerca de la naturaleza a poco más que una especie protegida.

La financiarización va más lejos aún. Del mismo modo que las finanzas están fuera de la economía real, la financiarización también saca a la naturaleza de su contexto natural.

Otra forma de “recinto” de las finanzas mundiales

El “crecimiento verde” redefine lo “verde”, no el “crecimiento”. Llamar reserva a una gran área de bosque primario que podría utilizarse para recreación ya es problemático, pero cuando se lleva esta lógica más allá y se etiqueta la misma porción de bosque como “servicio ecológico” (una unidad de la naturaleza que puede ser comercializada para compensar la contaminación o la pérdida de biodiversidad en otra parte del mundo), se produce una redefinición que separa a la naturaleza de sus interacciones dinámicas y la reduce a unidades divisibles estáticas y bastante abstractas.

Los defensores de la financiarización también afirman que el valor de la naturaleza solamente se hace evidente cuando se lo mide en términos monetarios. Sin embargo, cuando se aplican restricciones morales o legales para evitar el daño a la naturaleza, la sed de la financiarización de unidades divisibles de la naturaleza hace que se vuelva demasiado fácil evadir estas restricciones.

La contaminación en Indonesia, por ejemplo, estaría permitida si el contaminador ha pagado para proteger una “unidad equivalente” de naturaleza en otro país. Paradójicamente, lejos de hacer más visible el valor de la naturaleza, la financiarización le da una apariencia “verde” para permitir que los contaminadores continúen contaminando.

Las personas y las comunidades que están en el camino de la financiarización son víctimas del arrebato de su historia y su memoria, su consuelo y a menudo su medio de subsistencia, con la promesa de que les serán restauradas en otra parte.

La financiarización quita el poder a las comunidades y los habitantes locales al transferir los derechos de la tierra y la naturaleza a las personas y empresas que a menudo se encuentran a una gran distancia y casi nunca se ven afectadas directamente por la comercialización de la “unidad” natural en cuestión.

Debemos abandonar las falsas soluciones

Las personas y las comunidades que son afectadas son a menudo desfavorecidas por las empresas trasnacionales que acuden a ellas con contratos repletos de términos jurídicos. Si bien las empresas o incluso los gobiernos prometen empleo, mejoras a la infraestructura o la repartición de los beneficios, la realidad para muchas comunidades ha sido el desplazamiento, la exclusión y el desempleo.

La financiarización de la naturaleza permite que continúe la destrucción por las empresas, a pesar de las flagrantes crisis ecológicas asociadas con ella. Desde la perspectiva de la justicia ecológica, es una falsa solución y debe ser rechazada. Es fundamental sensibilizar a la población acerca de los peligros asociados a ella y de la solución del Manejo Comunitario de los Bosques, que resulta beneficiosa para todas las partes.

Es posible revertir la tendencia con respecto al cambio climático y la deforestación. Solo hace falta aplicar soluciones reales y abandonar las falsas soluciones.

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Fuente: IPS

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